domingo, 17 de junio de 2012






LA APUESTA CON EL DIABLO

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Luís llamado "Chontillo" o venado por la agilidad de sus piernas para correr, se había dedicado tanto al juego de los naipes que ya no pensaba  en otra cosa desde que amanecía hasta el anochecer.
Como su padre había muerto, debía ayudar a su madre a la manutención del hogar y por eso pasaba lustrando zapatos durante el día y por la noche asistía a la escuela.
Tenía seis años cuando comenzó a trabajar de esa manera y durante unos tres o cuatro años le entregó a su madre todo el producto de su trabajo. Pero desde que se juntó con la pandilla de muchachos lustrabotas que se reunían a jugar naipes en la plaza durante las horas en que disminuía la clientela, empezó a darle cada vez menos dinero a su madre, tanto por que ya no trabajaba lo suficiente como porque empezó a hacer apuestas con los muchachos mayores que él.
Así llegó el día en que no tubo absolutamente nada para darle as u madre como producto de su trabajo y como lo regañara seriamente, optó por abandonar el hogar y por las noches dormía en cualquier rincón junto a su caja de lustrabotas con la que ganaba algo para comer y lo más para seguir haciendo apuestas con sus amigotes que los esquilmaban por ser el más pequeño e ingenuo, y cuando ya no tubo dinero para seguir apostando, lo hicieron a un lado y no quisieron saber más de él.
Furioso despechado y con hambre fue una noche a buscar un rincón donde dormir e iba a hacerse la señal de la cruz  antes de entregarse al sueño, tal como se lo había enseñado su madre, cuando se detuvo y lleno de rabia exclamó:


¡Al diablo! ¡Al diablo mejor voy a pedirle ayuda!
¡Muy bien jovencito! le contestó enseguida una figura alta y obscura
que emergió de la penumbra y que despedía un fuerte olor a azufre.
¿Quién eres...? le preguntó asustado el muchacho.
Soy aquel a quien has invocado y vengo a ayudarte.
¿El diablo...? inquirió el muchacho medio muerto de miedo.
El mismo respondió la negra figura. Y agregó:
Dime cuanto necesitas  e inmediatamente te lo daré.
¡No, no quiero nada! dijo entonces el muchacho y se hizo la señal de la cruz.
Acto seguido se oyó una fuerte carcajada y el diablo desapareció dejando el lugar lleno de aquel fuerte olor a azufre con el que se había hecho presente.
El Chontillo huyó de aquel lugar y fue a refugiarse en otro, pero aún así no pudo conciliar el sueño y juró dedicarse a trabajar honradamente e inclusive regresar al lugar cuando estuviera en condiciones de presentarse más decentemente ante su atribulada madre.
Pero esta buena resolución solamente duró hasta que lo atrapó nuevamente la tentación de reunirse a jugar con sus amigos, ante quienes hizo alarde de que iba a conseguir mucho dinero  y hasta subió las apuestas a cifras elevadísimas con la condición de que las pagaría al día siguiente.
Claro que lo había hecho casi como un juego de su subconsciente que recordaba la oferta del demonio, pero cuando se enfrentó a la realidad, vio que no le quedaba otra salida que aceptarla.
Así, pues  tan pronto obscureció se fue al mismo sitio de aquel fatídico encuentro con el diablo y luego de acurrucarse en un rincón, llamó tímidamente:
Satanás...Satanás...
Enseguida surgió la repulsiva figura de aquella otra noche y le dijo:
¿Qué quieres? ¿Para qué me has llamado...?
El muchacho titubeó un momento. Le costaba rendirse y entregarse tan fácilmente en manos del demonio. Pero se le ocurrió una idea y se la propuso así:
¿Qué te parece si hacemos una apuesta...? Tú me das el dinero que necesito para pagar mis deudas y para seguir jugando, apostando y viviendo a lo grande durante un año. Luego nos encontramos en la plaza y corremos una carrera desde allí al cementerio. Si tú me ganas, te entrego mi alma y allí mismo me abres las puertas del infierno. Si yo te gano queda pagada la deuda, si cualquiera de los dos se retira pierde la apuesta. ¿Aceptas...?
Convenido dijo el diablo lleno de satisfacción. Le tiró al suelo un abolsa con monedas y desapareció dejando el ambiente impregnado de fuerte olor a azufre.
Al otro día se fue el Chontillo a alquilar un cuarto, abrió un hueco en el piso y allí guardó el dinero. Luego fue sacando poco a poco para pagar sus deudas de juego, para comprarse ropa, para alimentarse bien, y especialmente para seguir jugando y apostando cada vez mayores cantidades, pues el dinero de la bolsa que le entregó el diablo no se agotaba nunca.
Sus amigos no sabían de donde el Chontillo sacaba tanto dinero, pero se sentían felices  de haber encontrado esa mina de oro y lo llevaban a todas partes no solamente para jugar y ganarle las apuestas sino para que él pague todos los gastos lo cual el muchacho hacía como que en realidad no le costaba nada. Pero el Chontillo ya no sentía ninguna alegría y solamente contaba primero los mese y luego los días  y las horas que le faltaban para cumplir su apuesta con el diablo.
Al fin el plazo se cumplió. El diablo se reía viendo que el Chontillo pensaba ganarle la apuesta  con la ligereza de sus piernas, pero esperó el tiempo convenido y justo al año y alas doce de la noche se encontraron en la plaza los dos extraños amigos.
Muy bien jovencito dijo el diablo ¿Cuáles son tus últimas condiciones...?
No han cambiado contestó Chontillo con un profundo dejo de tristeza en su voz y agregó señala tú el sitio exacto del cementerio y el que llega primero, gana; el que llega después o se retira pierde.
¡Veo que cumples¡ comentó el diablo lleno de satisfacción y luego explicó:
Frente al tumba Nro 14 del bloque central estará encendida una hoguera. La puerta del cementerio estará abierta ¡ Allí nos vemos! Da tú la señal de partida.
Uno...dos...!tres! contó el Chontillo y salió disparado en una loca carrera.
El diablo, que no necesitaba correr, sino que volaba manteniéndose a cierta distancia del muchacho, no esperó lo que luego habría de ocurrir.
Había una gran cruz de piedra en el centro de plazoleta frente al antiguo cementerio y cuando llegó allá el Chontillo, agotado por la carrera y por el miedo se abrazó da la cruz y murmuró:
¡Jesús ten piedad de mi!
Al oír esta exclamación y presenciar semejante escena de amor y de humildad, el diablo no pudo resistir y huyó dando terribles alaridos y dejando el lugar lleno de humo de la hoguera que estaba encendida frente a la tumba Nro 14 y que se apagó tan pronto el propio demonio desapareció por ella.
Así el diablo perdió su apuesta y el Chontillo regresó a la casa de su madre, a quien pidió perdón de sus desvíos y desde entonces fue un muchacho bueno y correcto.
Fuente: Loja de Ayer; Relatos, Cuentos y Tradiciones de Teresa Mora de Valdivieso;

2 comentarios:

  1. Es un lindo cuento de mi hermosa Loja. Lo leí en mi colegio Bernardo Valdivieso. En la apuesta el punto de partida fué la Plaza de San Sebastián y la llegada fue el antiguo cementerio del Sindicato de Choferes de Loja.

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